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viernes, 25 de octubre de 2013

Reflexión sobre las decisiones importantes en la vida


Prioridades
Por Rafael Ayala

El martes, estando en mi ciudad base, concluí mi jornada de trabajo a las ocho de la noche. A esa hora tomé el automóvil, subí al periférico, llegué a la carretera y me dirigí hacia la Ciudad de México. Invité de copiloto a José Alfredo Jiménez. Introduje el CD. “Amanecí otra vez, entre tus brazos y desperté llorando de alegría…”
Si todo salía bien estaría instalado en el Distrito Federal en máximo tres horas. La razón de viajar por la noche era que al día siguiente impartiría una sesión de coaching a uno de los directores de una empresa multinacional muy importante; sin duda una de las tres más grandes e influyentes de su ramo. Un buen contrato. Mi cita estaba acordada a las 8:30 A.M. En la región de Santa Fe, zona de altos privilegios donde los grandes corporativos tienen sus lujosas instalaciones y los no tan grandes también, sufriendo horrores para pagar la renta, pero logrando aparentar que ya están en las “grandes ligas”. “Y tú que te creías, el rey de todo el mundo…”
Si intentaba viajar desde casa el mismo miércoles muy temprano, incluso saliendo a las cinco de la madrugada corría un alto riesgo de no llegar a tiempo, y en estos casos (y en realidad en cualquier otro) no me gusta llegar tarde. Por eso decidí  hacer el recorrido esa noche. Como siempre que conduzco en carretera, intenté recorrer mentalmente mi agenda. La noche siguiente debía impartir la conferencia “En la cuerda floja. Como equilibrar vida personal y profesional”. Necesitaba revisar la presentación y pulir algunos detalles al respecto. La mañana posterior a ese evento tomaría un avión para compartir con padres de familia sobre cómo fortalecer a sus hijos. Ya tenía la clave de reservación y la presentación lista. Además de revisar mis próximas actividades intenté pensar en las situaciones que tenía por resolver en mi trabajo y los proyectos pendientes. Sin embargo, mi mente no me ayudó. La concentración se esfumó y sólo podía ocupar mis pensamientos en una sola cosa, lo que verdaderamente estaba ocupando mi atención. “Tú y las nubes me traen muy loco, tú y las nubes me van a matar…”
Ese día, mi suegra, después de haber estado hospitalizada durante más de dos semanas, había sido “dada de alta”, bueno si es que se le puede llamar “dar de alta” a una persona que continúa enferma. Realmente lo que estas palabras significaban era que, por parte del médico, la madre de mi esposa estaba autorizada para dejar la clínica, al menos por unos días, pero no había sanado. El doctor afirmó que podía dejar el sanatorio, pero debía irse a un lugar con las condiciones adecuadas para ser monitoreada y atendida durante las 24 horas del día. “Su noble jinete, le soltó la rienda, le quitó la silla y se fue a puro pelo…”
La institución en la que le internamos ese mismo día, a pesar de cumplir con los requisitos sugeridos por el especialista, representaba, para todos los que le queremos, mucho más que un lugar para su cuidado. El impacto visual, y principalmente emocional, fue muy fuerte.  Fue una especie de despedida en la que nadie partía, un “estoy aquí, pero ya no”. Hay razones que el corazón no entiende. Ésta es una de ellas. El nudo en la garganta y las lágrimas cristalizadas detrás de mis ojos no me permitían pensar en otra cosa. La carretera seguía apareciendo disfrazada de extensión de la oscuridad nocturna y mi mente se estacionó en el caso de mi suegra. “No vale nada la vida, la vida, no vale nada…”
Estaba seguro que ese día era uno de los más duros en la vida de mi esposa y sus hermanas y hermano. Si a mi me dolía y me robaba la concentración, ¿cómo estaría ella?, ¿qué tan larga sería esa primera noche de alejamiento emocional de su madre?, ¿cómo sacaría tanto dolor? Quise consolarme y mitigar mi culpa sabiendo que sus familiares más queridos estarían con ella. ¿Culpa? ¿por qué sentía culpa si ella misma me había dicho que entendía que debía irme a trabajar? A fin de cuentas, si no trabajó, ¿quién proveerá el sustento de casa, de la familia? “Comienza siempre llorando y así llorando se acaba…” ¿Realmente no era yo su familiar más cercano?
¡Qué ironía! La noche siguiente hablaría de concentrarnos en lo verdaderamente importante al elegir a qué le dedicamos tiempo y esa noche, una de las más duras en la vida de mi amada, yo estaba en carretera, alejándome más de ella cada segundo que mantenía el pie en el acelerador. ¿Me regreso?, ¿ quedó mal con el cliente?, ¿y si pierdo el negocio? Soy padre de familia, mi responsabilidad es ser el proveedor. Pero… Ella me necesita. El próximo retorno estaba a un par de kilómetros. “Era lindo, mi caballo, era mi amigo más fiel, ligerito como el rayo, era de muy buena ley…”
Mi mujer había aceptado de buena gana que me fuera a cumplir mi responsabilidad profesional, lo entendía. Siempre ha sido comprensiva con el trajín que mi trabajo representa. Sabía que no me iba por gusto, tenía que hacerlo. Pero, ¿cuántas situaciones como la que ella afrontaba en ese momento suceden en la vida? ¿Tenía que hacerlo? Retorno a 500 metros. ¿Qué era lo peor que podía suceder  si regresaba a casa? Lo peor sería que me cancelaran el contrato. Lo más probable es que no sucediera eso, pero si pasaba… ¿Qué era realmente lo más importante? “Entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando caiga la tarde…”
Cuando entré a casa mis hijas y sus hermanas se sorprendieron: Rafael Ayala
 que es te lo que son las prioridades.nrisa con la piscina que llenotorno a 500 metros.lo de cultura y trabajo qu d
-  “¿Qué pasó?”, “¿hubo algún problema?”, “¿te cancelaron el trabajo?”, “respóndenos..”
-  “Simplemente pensé que sería mejor estar hoy en casa”.
Cuando vi en su rostro la mezcla de un ligero esbozo de sonrisa con las gotitas que empezaron a llenar sus ojos, entendí que por primera vez yo había comprendido lo importante que es tener las prioridades.

domingo, 22 de septiembre de 2013

No te desanimes, hay esperanza.

No sé cómo vivir, estoy improvisando...
por Rafael Ayala


Después de 48 años de respirar, y de muchos errores, he aprendido que la vida no consiste en dominar las variables que se nos presentan, sino en tener la flexibilidad suficiente para afrontar los cambios que nos llegarán, aceptando que no tenemos el control sobre todo, es más, que prácticamente sólo tenemos dominio sobre cómo vamos a responder ante lo que sucede. 

Hace poco me encontré con esta frase en la pared de una calle: "Yo tampoco sé cómo vivir, estoy improvisando". La realidad es que todos, estemos conscientes de ello o no, vivimos inventando cómo actuar, o mejor dicho, improvisando como afrontar cada día. 
Hay momentos en que pensamos que tenemos todo bajo control, ingenuamente creemos que hemos dominado nuestra existencia cuando, de pronto, aparece algo de lo siguiente: un accidente; nos despiden de nuestro empleo; iniciamos un negocio; enfermedades seniles de nuestros padres; una gran oportunidad profesional; terminamos una relación importante; conocemos a alguien maravilloso; adquirimos una deuda; perdemos a un ser querido; nos casamos; tenemos un hijo; nos diagnostican una enfermedad crónica; los hijos se van, o regresan; etcétera. Las variables son demasiadas y sus consecuencias aún más.  
Cuando queremos que nada cambie, que las situaciones y las personas se comporten con base en el libreto que hemos escrito para ellas, estamos apostando a perder. Un objeto se parte con mayor facilidad entre más rígido sea. La flexibilidad es la clave para no quebrase ante las presiones. A esta habilidad de afrontar retos y sobrevivirlos se le denomina resiliencia (capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, según la Real Academia Española). Definitivamente es una palabra sofisticada que necesitamos incluir en nuestro vocabulario y principalmente en nuestras acciones. Sin embargo me es más cómodo que me digan que soy flexible, que resiliente, pues éste adjetivo me parece demasiado frío y hasta suena más como ofensa que como virtud: ¡Rafael, eres un resiliente! (dan ganas de responder: "eso lo serás tú" ¿verdad?).
El punto es que, si requerimos improvisar con más posibilidades de éxito, sugiero que trabajemos en nuestra flexibilidad; que aceptemos que la existencia es más parecida a un camino en las montañas, con todas las sorpresas que esto puede traer, que a una autopista recta de cuatro carriles (aunque debo admitir que algunas autopistas de nuestros benditos países latinoaméricanos tienen tan poco mantenimiento, o pésima calidad, que también son toda una aventura).
Una herramienta para manejar mejor las espontaneidades del recorrido es hacernos las preguntas correctas ante las situaciones retadoras que aparezcan. Si de pronto se nos presenta una adversidad en medio del camino, la peor pregunta que podemos hacernos es: "¿por qué a mí?" Este cuestionamiento nos lleva a tomar actitud de víctimas, a buscar a quien culpar por nuestro infortunio y lo peor de todo, jamás encontraremos una respuesta satisfactoria. Cuando nos enfocamos en tomar el rol de damnificados nuestras posibilidades de acción desaparecen, ya que al creer que nuestra desgracia se debe a la maldad o equivocaciones de alguien más (incluidos Dios y la naturaleza), la única solución que tenemos es esperar que nuestro victimario o las circunstancias cambien repentinamente a nuestro favor. Vivir así es continuar creyendo que somos una especie de bella durmiente que algún día será rescatada por el bravío, cortés, desinteresado y enamorado príncipe azul.
La pregunta que debemos hacernos ante circunstancias adversas o cambios repentinos a nuestra rutina es: "¿qué puedo hacer? De hecho hay otros dos cuestionamientos que conviene hacernos: "¿qué otra cosa puedo hacer?" y "¿qué más puedo hacer?" A lo que me refiero es que jamás debemos conformarnos con nuestra primera respuesta; existen más alternativas. Si la vida se trata de improvisar, entonces generemos tantas opciones como podamos antes de actuar. 
Vivir improvisando, o mejor dicho, descubriendo el camino, no es una maldición, simplemente es parte de la vida; de hecho podemos percibir esta realidad de una forma totalmente diferente e incluso alentadora: cada día es una aventura que nos abre nuevas posibilidades y experiencias; somos personas en proceso de formación y este curso concluye hasta la muerte. 
Seamos flexibles y disfrutemos a nuestras anchas los detalles bellos que también aparecen en nuestro recorrido: el olor del café por la mañana; la charla de sobremesa con amigos y seres queridos; el momento en que recibimos una compensación económica por nuestro trabajo; las nubes que nos dan sombra en un día caluroso; la compañía de los seres queridos; la llamada inesperada de un buen amigo; el apretón de uno de nuestros dedos cuando lo colocamos en la palma de la mano de un bebé; la brisa fresca de otoño y tantas más. 
Si me preguntan la clave para ser feliz mi respuesta más acertada es: "yo tampoco sé cómo vivir, estoy improvisando". 

lunes, 8 de julio de 2013


¿Sobrevivir o divertirse? 

Prioridades en el manejo del dinero.

Por Rafael Ayala

El dinero es un recurso escaso, jamás tenemos suficiente para todo lo que deseamos, y en algunas ocasiones, tristemente, para cubrir las necesidades básicas. Es absurdo, irresponsable y casi pecaminoso que padres de familia que no cuentan con los recursos necesarios para suplir los requerimientos elementales de su familia gasten sus pocos ingresos en diversiones y lujos. Si en casa no alcanza el dinero para comprar medicinas es imposible concebir que se utilice en ir al cine, al circo o a un parque de diversiones privado. Entiendo que las personas, incluyendo aquéllas que lamentablemente viven en condiciones extremas de pobreza, tenemos derecho a divertirnos, a tener tiempos de esparcimiento y con mayor razón si se realizan con nuestros seres queridos. Sin embargo, hacerlo a expensas de sacrificar necesidades de sobrevivencia de los miembros de nuestra familia, me parece incorrecto. Cuando el dinero no alcanza las diversiones se reducen o se limitan a aquéllas que impliquen poca inversión económica. Primero están la alimentación, la salud, el vestido, la educación y el techo. Actuar de manera contraria puede ser catalogado como un acto no sólo imprudente, sino sumamente irresponsable. Considero que para comprender este planteamiento no se requiere tener una licenciatura o una maestría en administración en Harvard.
No hago esta reflexión pensando en algún familiar o amigo que esté actuando con base en estas prioridades tergiversadas; de hecho ni siquiera identifico algún padre o madre de familia en particular, aunque no dudo que los haya. Reflexiono movido por las decisiones que algunos gobernantes toman respecto al manejo e inversión (o gasto) de los recursos propiedad de los ciudadanos que les hemos permitido ejercer su puesto. En específico, aunque no exclusivamente, me refiero a la administración del presupuesto del Estado de Puebla, en México.
Esta bella entidad mexicana, según los datos del Consejo Nacional de Evolución de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), ocupaba en el año 2010 el quinto lugar entre los Estados con mayor pobreza en México. Según datos de la misma organización Puebla alberga 2.6 millones de habitantes en pobreza de acuerdo a los parámetros oficiales, refiriéndose a pobreza extrema y moderada. Esta cifra significa que el 46% de su población carece de servicios y recursos elementales para vivir. Muchas de sus zonas rurales, e incluso algunas urbanas, no tienen infraestructura fundamental como agua potable, drenaje, electricidad, vivienda y por supuesto, buenos servicios de salud y educación. Entiendo que el reto de la erradicación de la pobreza es descomunal y que los recursos son limitados; también reconozco que en el 2005 Puebla estaba en el cuarto lugar en la penosa lista de carestías y actualmente descendió al quinto.
Mi cuestionamiento surge a raíz de la decisión del Gobierno del Estado de comprar y colocar en la capital del mismo la rueda de la fortuna transportable más grande de Latinoamérica. El costo del juego mecánico, según una publicación de la agencia noticiosa Reporte Índigo, fue de 200 millones de pesos y el total de presupuesto asignado para la compra, instalación y adecuación de la zona, es de 400 millones. El argumento central a favor de dicha inversión se basa en afirmar que atraerá más turismo, y con ello recursos, a la capital de Puebla; e incluso, este mecanismo de diversión se planea trasladar e instalar eventualmente en otras poblaciones del Estado. Si estas afirmaciones son ciertas y generarán riqueza superior a los cientos de millones invertidos; y dichos montos se destinarán a generar infraestructura básica para las zonas necesitadas del Estado, las prioridades del Gobierno son correctas y mis análisis y conclusiones una verdadera tontería basada en falta de visión de mi parte. Sin embargo tengo unas cuantas preguntas que me hago y que deseo compartir con ustedes:
1.     ¿Será que el deseo de subirse a una rueda de la fortuna enorme sea un factor decisivo para que el turismo nacional e internacional decida vacacionar en Puebla?
2.     ¿No es el sentido colonial y mexicano, su historia y la riqueza gastronómica lo que hace que Puebla sea un centro de atracción de turistas?, ¿fortalece el juego mecánico este aspecto?
3.     ¿Son acaso el London Eye (rueda de la fortuna de Londres), o la rueda de la fortuna de la Plaza de la Concordia en París, la razón por la que esas ciudades son visitadas por millones de turistas?, ¿no será más bien que los paseantes eligen estos destinos por sus referencias históricas, museos, contexto urbanístico, gastronomía y arquitectura?
4.     ¿No es más adecuado colocar juegos mecánicos en destinos donde la gente asiste buscando parques de diversiones excelsos como Six Flags, Disney y Sea World y esto a través de inversiones privadas?
5.     ¿Habrá realizado el Gobierno del Estado un estudio de mercado en el que los resultados le mostraron que una rueda de la fortuna en Puebla hará que los turistas decidan visitar esta ciudad en lugar de Cancún?, ¿o para ser más justos, en lugar de Oaxaca, Morelia, San Miguel Allende o Querétaro?
6.     ¿Se tomó esta decisión considerando la opinión de los ciudadanos a los que los gobernantes representan o solamente fue idea de uno de ellos o de alguno de sus asesores?
7.     Si los administradores públicos en cuestión, o sus familiares cercanos, vivieran en carne propia las carencias que afrontan diariamente 2.6 millones de las personas que representan, ¿invertirían estos recursos en una rueda de la fortuna?
8.     ¿De que se perdería la población poblana si no se hubiera montado el monumental juego mecánico y cuáles serían las consecuencia si ese capital se hubiera invertido en caminos, drenaje, agua potable, educación productiva o servicios de salud en una, dos o tres de las poblaciones en pobreza extrema?
9.     ¿O será que las personas a cargo del manejo de las inversiones no tienen las prioridades correctas y se les olvida que cuando en una casa hay hambre y enfermedad, y el dinero es limitado, los recursos deberían emplearse para resolver los males?
Espero estar equivocado y que mis conclusiones sean erróneas, sin embargo el sentido común parece mostrarme lo contrario. Usted, ¿qué opina?

sábado, 20 de abril de 2013

¿Y si la vida fuera un sueño?
Por Rafael Ayala

Hay días en que simplemente mi mente está más abierta a la reflexión. ¿Nostalgia?, ¿lucidez?, ¿inspiración?, ¿o simplemente hormonas alineadas a mi favor?... ¿O en mi contra?
Ayer, mientras conducía pensé que la vida es muy breve. Los cien años que espero vivir me parecen muy pocos, sin embargo dice la escritura que para Dios un día son como mil años y mil años como un día; en otras palabras, en el mundo espiritual el tiempo es más relativo que en el mundo terrenal. Entonces, si mis actuales 47 años (casi 48) son nada espiritualmente hablando, ¿no será que esta vida es simplemente un sueño y cuando despierte, en ese cuerpo celestial mencionado por San Pablo, me daré cuenta que esto fue solamente imaginación nocturna, un leve pestañeo onírico.
Tanto trabajar, luchar contra mi orgullo y el orgullo de otros, esforzarme por intentar ser íntegro, formar hijas, pretender ser buen marido y ciudadano, desarrollar paciencia y tolerancia ante los políticos, juntar dinero con la esperanza de no convertirme en un avaro metalizado y superficial, dependiente del saldo bancario.
¿Será que las noticias son simples ocurrencias dentro de este breve dormitar de 40, 50 ó 100 años? He vivido creyendo que no estoy soñando, pero por breves momentos, como ayer mientras conducía, me gustaría que todo fuera un espejismo y que la vida real continúa cuando fallezca. Así, al despertar, me enteró que la pobreza ha desaparecido; la retórica falsa y vomitiva de las autoridades fue una simple pesadilla; la miseria de la gente de mi tierra, una quimera; al igual que los terroristas, tsunamis, adicciones, impuestos, los diagnósticos médicos y las espantosas historias de las telenovelas y películas donde la vida gira alrededor de armas, sexo sin consecuencias y diseñadores de moda.
Qué bello sería despertar y descubrir que todos esos dragones existenciales han sido traspasados por la espada de la verdad, la justicia y la paz... ¿Será ese despertar el anhelado cielo?, ¿será este vivir el infierno?, ¿será esta vida tan sólo una estación en el viaje eterno hacia el destino luminoso?, ¿o simplemente será que por minutos prefiero pensar esto para evadir la realidad y mi responsabilidad ante ella?
¿Responsabilidad?, ¿cuál responsabilidad? Pues la de convertirme en un político sin retórica falsa; un ciudadano responsable que paga sus impuestos y vive en integridad; un marido fiel; un padre dedicado que no se escuda en proveer bienes materiales para hacer a un lado las relaciones, el cariño y el llanto juntos;
un hombre sin vicios; un ser humano que resiste la tentación de rendirse ante el dinero; un creativo que genera mejores propuestas para los medios sin caer en los tristes y seguros clichés del sexo barato y las persecuciones entre ráfagas que sólo hieren a los "malos"; un habitante que se preocupa y actúa para favorecer a los miserables y abandonados; un simple hombre que ante los diagnósticos médicos toma responsabilidad y cuida su salud...
Tal vez para evitar todas estas realidades a veces prefiero pensar que la vida es un sueño...

martes, 2 de abril de 2013

Amar hoy



No sé qué duele más, el pasado perdido o un futuro desalentador. Vivir recordando es tan nocivo como creer que sólo el futuro será agradable. Ignorar que únicamente el presente es real y que la vida es un eterno ahora puede ser peligroso, pues olvidamos que son los momentos que vivimos hoy, las decisiones que tomamos o dejamos pasar, las que forman la suma de acciones, olvidos, reacciones y sueños que llamamos vida.
Este momento, el que vivo mientras te escribo y me lees, ya es pasado. Sí, en cuanto sucede deja de ser para formar parte de un aglomerado de segundos que al respirarlos expiran. Filosofar sobre la levedad del tiempo y de nosotros en él, suena romántico, profundo y quizás hasta antipático; sin embargo, ¿hay algo más relevante que nuestra vida? Tal vez la vida de los demás, la cual es tan valiosa como la nuestra, aunque para la mayoría de nosotros, simples mortales, nuestra existencia suele tener más relevancia que la de otros. ¿Cuándo otorgamos más valía a alguien más que a nosotros? Cuando le amamos. En el momento en que nuestro ser se rinde ante la presencia, o ausencia, de otro humano, dándole prioridad sobre nuestro ego e intereses, entonces amamos.
El amor no es la emoción que experimentamos al recibir un regalo el 14 de febrero, es la convicción que surge de darnos cuenta del gran valor que los demás, o el otro, tienen. Si no somos capaces de respetar, cuidar y atesorar la importancia de los demás, simplemente no amamos.
Ante un pasado humano, es decir, de errores; y un futuro incierto, la mejor actitud es amar ahora. Valorar nuestra vida, pero tanto como la de los demás. Sé que no todos los demás son igual de importantes para nosotros, pero deberían ser igual de valiosos. Quien ama pone antes que a sí mismo el objeto de su amor.
Resulta lamentable observar nuestra sociedad plagada de desamor, seres vivos que no se detienen (o nos detenemos) ante el daño, necesidad o sufrimiento ajeno; personas que, en nombre de cualquier bandera, simulan su propio beneficio con palabras como: bien común, religión, libre empresa, democracia, justicia y derechos humanos.
La existencia es un soplido fugaz, por lo mismo no vale la pena desperdiciarla en reclamos. Entonces qué mejor que proponernos amar hoy, ahora, en este instante. Respirar profundo, llenarnos los pulmones de Dios, hacer a un lado este escrito y sus intentos de teorías y expresar palabras y actos de consideración, cariño y prioridad a quienes nos rodean. ¿Te parece?

jueves, 23 de agosto de 2012


Necesitamos anteojos para nuestra vida.
Los peligros de la costumbre.
Por Rafael Ayala

Hace tiempo me di cuenta que necesito lentes para ver bien a distancia, especialmente cuando hay poca luz. Toda mi vida había gozado de excelente vista, sin embargo hace unos meses me di cuenta que al conducir, especialmente por la noche, ya no distinguía claramente algunos de los señalamientos que estaban a la distancia. Incluso algunas de las luces y letreros luminosos tomaban forma de estrella. Lo primero que pensé es que estaba cansado porque había sido un día largo y duro; mas esta situación se repetía constantemente.
Lamentablemente, y por desidia, fui postergando mi visita al oculista y me acostumbré a que en condiciones de baja iluminación mi vista ya no era como la antes. Parece increíble pero pasaron meses en que me mantuve así. Un día, al ver mi esposa que tenía dificultad para ver bien a distancia, me prestó sus lentes. ¡Qué maravilla, todo se veía nítido, luminoso, perfecto! Parecía que sus anteojos eran mágicos. Esos cristales me mostraron otra dimensión, una más perfecta y bella, una mejor, y yo me la había estado perdiendo. Al ver todo con total claridad me pregunté desde cuando realmente había dejado de ver con esa perfección, ¿no sería que estos últimos días el problema visual se había vuelto tan obvio que hasta ahora me daba cuenta de algo que ya no era perfecto desde tiempo atrás? ¿Cuánto tiempo hacía que no veía de una forma tan precisa? No pude responder esta pregunta.
Lo mismo nos sucede con otras áreas de nuestra vida, incluso algunas de ellas más importantes que nuestra vista. He conocido personas que viven enfermas, padeciendo dolores que ya consideran normales; o parejas que creen que la relación tan distante, fría o agresiva que tienen es como son las relaciones. Se han acostumbrado a algo que podía ser mucho mejor. Al igual que yo se han adaptado a vivir viendo mal.
Un optometrista me explicaba que entre más tiempo pasa sin que atendamos las pequeñas deficiencias visuales, más rápido nuestros ojos pierden su capacidad de enfoque. En otras palabras nos acostumbramos a ver mal y no nos damos cuenta que experimentamos un deterioro crónico. Como no estamos ciegos y seguimos distinguiendo formas y viendo “mas o menos”, aprendemos a entre cerrar los ojos o acercar o alejarnos de los objetos para verlos mejor.  Así, sacamos adelante el momento sin darnos cuenta que  cada vez empeora un poco la situación.
Lo mismo nos sucede en muchas otras áreas de nuestra vida. Nos conformamos con un ingreso aunque no nos alcance; creemos que es normal que un ser querido nos maltrate con sus palabras, desprecio o incluso golpes; pensamos que los padecimientos físicos que tenemos son normales; comemos pésimamente bajo el pretexto de “qué tanto es tantito” y justificamos actitudes terribles de nuestros hijos pensando que así son todos los jóvenes. En otras palabras nos acostumbramos a tener un estilo y calidad de vida que nos perjudica, no nos satisface y al que ya nos acostumbramos y consideramos normal.
Este es un buen momento para reflexionar sobre nuestra miopía personal. Darnos cuenta de que no podemos ver bien es un primer paso, pero de nada sirve si no hacemos algo al respecto y damos pasos para solucionarlo. Generalmente el segundo paso (después de reconocer que tenemos un problema)  es pedir ayuda. Requerimos apoyo externo, pues nuestra costumbre es tan fuerte que en ocasiones ni siquiera dimensionamos la magnitud de nuestros padecimientos. Para eso existen profesionales y especialistas con el conocimiento, experiencia y competencias necesarias para ayudarnos a corregir nuestros problemas.
Este fin de semana me entregarán mis lentes. Realmente estoy entusiasmado por tenerlos. Quiero traerlos para conducir con mayor seguridad, disfrutar mejor las películas o simplemente ver todo y a todos los que me rodean con claridad. No permitamos que la costumbre nos impida reaccionar a tiempo para corregir los defectos que ya hemos incorporado y aceptado en nuestra existencia. Es posible tener una mejor forma de vida; hay tratamientos para atender nuestras molestias físicas y males emocionales; es posible tener una mejor relación de pareja, ganar más dinero o hacer más confortable el espacio en que vivimos. No nos acostumbremos a vivir a medias. Aún es tiempo de romper las prácticas y situaciones que están impidiendo que tengamos una mejor forma de vida. ¿Harás algo al respecto?